Cuando conocí a mi sumida, hace unos años, ella tenía 23 años y yo 27. Tenía una cara de niña buena, una expresión dulce y un cuerpo esbelto, aunque delgado. Además sus pechos eran redondos, con aureolas rosadas sobre su piel blanca. Tenía que descubrir a la zorra de la tímida Leyre.
Al principio se resistió a estar con otra persona. Tenía que esperar a que asimilara la ruptura. Lo necesitaba, como toda mujer con sentimientos, aunque sólo fuera para una relación de sexo fugaz. Y Leyre, no era una chica de una relación de una noche. Así que esperé lo necesario hasta que venciera sus temores. Y 3 meses después aceptó estar conmigo.
Enseguida me enteré de que yo era su segundo hombre en su vida. Antes había tenido algún rollete adolescente: Besos, manoseos, masturbación y dos mamadas. Conoció al novio con el que estuvo 4 años al cumplir los 20. Sin embargo conmigo fue descubriendo el sexo porque su ex novio no consiguió darle lo que ella quería. Así que prácticamente me encontré un chica inexperta sexualmente. Tenía un precioso culito, que sí era virgen. Me permitió desflorarlo cuando cogimos confianza, lo cual se convirtió en su mayor placer.
A muchas mujeres les pasa, que de apariencia son tímidas, pero después en la cama son fieras. Leyre era el claro ejemplo. La relación sexual que teníamos era completa en todos los sentidos. Teníamos una pasión romántica pero salvaje, nos gustaba incluso utilizar un lenguaje duro y vulgar, pero que a muchas mujeres les calienta escucharlo. Se ponía a cuatro patas y le follaba duro. En ese momento le susurraba al oído: “Te gustaría ahora mamar otra polla mientras te doy por culo, puta.” Eso la volvía loca. Cuando ella me la mamaba, que por cierto le enseñé a hacerlo mejor de lo que sabía, ella me decía: «Cabronazo te gustaría verme follada por otro.» Siempre nos calentábamos con frases pervertidas de ese tipo, pero no nos planteamos en serio hacer un trío. Era nuestra forma de disfrutar plenamente de las relaciones sexuales, aunque a veces también éramos románticos.
Según avanzamos en nuestro descubrimiento sexual, añadimos objetos sexuales a nuestros apasionados encuentros: Consoladores, vibrador a distancia… A Leyre le excitaba más sentir como tres de mis dedos le daban placer en su coño y otro acariciaba su culo, mientras me comía la polla. Entonces se nos ocurrió la idea de probar un consolador doble. Jugamos con el nuevo juguete sexual y con nuestros cuerpos. Ella quiso sentir todos sus agujeros estimulados. Cada vez sentía más excitación y más a gusto estaba. Incluso parecía convertirse en ocasiones en una loba del sexo, loca de lujuria, utilizando palabras cada vez más mal sonantes y atrevidas. Y al mismo tiempo su habilidad y ansia del sexo aumentaba con cada nueva experimentación.
Leyre empezó a utilizar la misma técnica que yo utilizaba para penetrarle por detrás. Al mamármela, acariciaba mi culo con un dedo. Según empezaba a notar mi excitación, hundía su dedo más en mi ano, hasta hacerme sentir un placer sin igual. Nunca había llegado a sentir tanto gusto, con ninguna de las muchas mujeres con la que he estado. Tal vez ese deseo de dar placer a mi culo estaba reprimido, porque no es una práctica habitual entre los hombres, pero Leyre lo descubrió sin ni si quiera yo pedírselo y eso hizo que pudiéramos desatar todos nuestros deseos ocultos. Además, a ella le gustaba darme placer y no le desagradaba en absoluto que fuera mi ano, por lo que al ver que me daba gusto siguió experimentando nuevas formas de darme placer. Empezó a chuparme el culo, ayudándose con los dedos. Le encantaba ponerse entre mis piernas, lamer y morder mi ingle, los huevos y toda esa zona.
A los 23 años la zorra de la tímida Leyre sabía hacer de todo. Un día tenía mi culo más dilatado de lo normal y aprovechó primero para meterme un dedo. Me decía: «Te gusta cabrón, te gusta que te folle el culo.» Y yo le respondía loco de gusto: «Sí, me encanta zorrita.» Y siguió hundiendo más de un dedo y jugando hasta donde era capaz de soportar y más placer me daba. Estaba descubriendo a la zorra de la tímida Leyre.
Finalmente un día lo hablamos sin tabúes. Era curioso como una chica aparentemente tímida me estaba abriendo nuevos mundos de placer. Me propuso meterme un consolador en mi culo. Eso no me pareció correcto. Me gustaba notar sus dedos, no me parecía ninguna «mariconada», pero sí una enorme polla de plástico. Pero finalmente me convenció y empecé a probarlo. Leyre se sentaba entre mis piernas e introducía su juguete en mi ano. «Sólo la punta, joder» le grité cuando empecé a sentir la presión. Mi culo se resistía a ser penetrado. Pero mi bella amante tuvo paciencia y poco a poco, y después de varios días, fue consiguiendo introducir el consolador en mi culo. Pero no se detuvo y probaba con otra polla de juguete aun más grande, hasta que consiguió introducirme una de 20 centímetros de larga y 5 de ancha. Al principio me abrasaba el culo. Yo lo dejaba quieto, casi temiendo que si lo movía se rompería. Pero como al mismo tiempo ella me la mamaba, no sé si era por la excitación de la polla, o del culo, pero empecé a moverme y yo empecé a experimentar que el placer superaba al ardor. Leyre estaba cachonda perdida, chorreaba de excitación y yo lo apreciaba por el ansia con la que me la mamaba. Pensé que no aguantaría más el gusto, pero entonces ella paro para que me la follara a cuatro patas.
Así lo empecé a hacer con la zorra de la tímida Leyre. Tanto nos gustó esa sensación que un día decidimos comprarnos un arnés de cintura para ella. Ella se ataba a la cintura un cinturón con polla para follarme siempre que quisiera.
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