Intenté ser la chica buena que mi novio se merecía. Volví a perder el contacto con el hombre de 43 años. No quise ni cogerle el móvil al del cupé rojo. No entraba en el Messenger que tenía reservado para los chicos del chat…
Pero no me sentía bien, porque yo no era así. Y por mucho que me esforzaba por complacer a mi pareja y en hacerme creer que era lo que quería, en lo más hondo de mí sabía que no. Y poco a poco me iba hundiendo en un mundo que no me llenaba. Me obligaba a disfrutar cada vez que lo besaba o nos quedábamos a solas. Teníamos planes de futuro y hasta trabajábamos juntos.
Estuve así más de medio año, pero ocurrió lo siguiente. La frustración que sentía no tenía forma de eliminarla y decidí volver a meterme en el chat, pero esta vez sólo para hablar. Necesitaba contarlo a un desconocido y liberarme. Y hablé con muchos. Volví a abrir mi Messenger sólo para chicos del chat, allí los agregué y seguía desquitándome. Con un chico en especial congenié. Nos pasábamos el día hablando y le llegué a confesar todos mis deseos y mis inquietudes. Supo que no estaba a gusto con la vida que llevaba y que había tenido muchas experiencias liberales, que añoraba y me volvía loca por tener más y experimentar. Total, que después de muchos días de intensas conversaciones me propuso un plan. Se trataba de quedar con él y con algunos amigos suyos, en una habitación de hotel, un día que me viniera bien. No tenía que pagar nada ni planear nada. Ellos usarían condón. Y además, por si había algún problema, antes de subir, me enseñarían sus DNI y me dejarían que lo apuntase y lo guardase donde yo quisiera. De esta forma, si yo decía algo que no, ellos pararían sino podría denunciarlos. Yo mandaría en todo. Me costó mucho decidirme, pero al final me convenció.
Los días previos estaba muy nerviosa. Me daba miedo que me pillase mi pareja, porque desde lo que ocurrió en el cupé rojo la última vez, andaba con mil ojos. Pero, al mismo tiempo, sentía que quería hacerlo, que tenía que probarlo porque pasaría el mejor rato de mi vida. Si ya me gustaba que me follara un chico, imaginarme con varios, todos esforzándose por darme placer… debía ser brutal.
Los esperé en la puerta del hotel. Tenía que llegar primero el chico con el que hablaba por Messenger. Los demás llegarían una hora después, una vez hayamos arreglado el asunto con el recepcionista y la habitación. Pero, para mi decepción, el chico que se presentó no era el que había visto en la ventana del Messenger, era mi novio. Empezamos a discutir. Me dijo que era una guarra y que iba a ponerle los cuernos con desconocidos, si estaba loca. Le dije que simplemente lo quería probar. Y me echó en cara que no haya tenido el valor de confesárselo. Que tal vez lo habría podido planear él, pero saber que le estaba mintiendo, que quedaba a sus espaldas y que no era feliz con él, era el colmo y no quería seguir conmigo. Le supliqué que me perdonara, que no lo volvería hacer. Pero claro, debido a mis antecedentes, me tachó de reincidente. El del cupé rojo, después de haberme violado, y estando con él, me lo volví a montar con él. Lo hice con él y sus amigos voluntariamente, me dijo, y que se lo había contado al revés para que me perdonara, pero que gracias a esto, a esta trampa que me había preparado, había podido saber como era de verdad, había podido abrir los ojos, y me aseguró que no me quería ni como amiga.
Me fui a casa y estuve semanas llorando. Por suerte mis padres no se enteraron de nada, porque sólo me habría faltado que me recriminaran lo mismo que mi ex pareja. Lo pasé fatal. Y, desde entonces, la forma de desahogarme fue con desconocidos del chat, a quienes les contaba todos mis problemas y me consolaban y me ayudaban a levantarme. De esta forma ahogue mis penas y tenía siempre a chicos esperando su oportunidad. Aunque tardé varios meses en volver a quedar y a ser yo otra vez. Estuve un tiempo sin tener nuevas experiencias. Hasta que un día, sin buscarlo, encontré un deseo que resultó ser mi reactivación sexual.