Mi aventura con el enano del cupé rojo continuó. Que fuera feo, que no me tratara muy bien, que fuera un grosero, que fuera un enano… Me daba igual y sentía mucho morbo porque con él cada vez tenía relaciones más morbosas.
Me estuvo llamando los fines de semana. Al principio me decía de quedar para dar una vuelta, me recogía en su coche y nos íbamos al polígono, ya que a aquellas horas se encontraba vacío. Allí se la mamaba, a veces sin hablar casi, y me dejaba donde me había recogido. Las experiencias bajaron un poco de excitación, porque estar con un desconocido siempre me daba más morbo, pero las seguí disfrutando mucho. Notaba su pene en mi boca. Me la llenaba entera mientras yo le pajeaba. Notaba como temblaba cuando se acercaba al éxtasis. Y luego el fluido llenaba mi boca, con ese desagradable sabor ácido, por mucho que le insistía en que me avisara antes de correrse. Abría la puerta del coche y lo escupía en la cera.
Poco a poco, fue cogiendo confianza, hasta el punto de llamarme directamente para que se la mamase. Él sabía que más no iba a llegar, por eso no insistía en follar y se centraba en el sexo oral. No llegamos a hacer nada más, sólo se la mamaba y me metía mano. Ni me hacía dedos, ni me lamía la vagina, ni hicimos ninguna otra práctica. Pero, yo sola me levantaba el jersey, y me dejaba las tetas a la vista, para que me las sobara mientras se la comía. Algunas veces también me bajaba los pantalones para que tocase abajo. Incluso me empezó a llamar guarra y puta, cosa que le acepté. Me sentía un poco sucia, pero a cambio sentí un subidón de adrenalina, al pensar que sí lo era y lo disfrutaba. Me acostumbré a acabar con el semen en la boca, pero no me lo tragaba porque no me llegaba a fiar de él, por lo de las enfermedades de transmisión sexual, ya que tenía fama de mujeriego. Mis amigas me dijeron que este tío le entraba a todas y todas le rechazaban. Alguna que aceptaba dar un paseo en su cochazo, volvía disgustada porque había intentado sobrepasarse con ella. Pero aún así seguí quedando.
Entonces me empezó a llamar sólo diciendo: ¿me la mamas, puta? Yo le decía donde estaba, venía a recogerme y en el sitio más cercano medio discreto paraba. Allí mismo se la mamaba y ya me bajaba del coche y hasta la próxima vez. Alguna vez, estando en faena dentro del coche, pasaban por al lado. Por un lado me daba miedo a que me reconocieran, pero por otro me sentía más excitada de lo normal pensando que un chico guapo podría verme y apetecerle… Incluso si fuera algún salido, también me daba gusto pensando que perversiones podría fantasear. A lo último me proponía bajar del coche y liarnos en callejones y parques retirados. Acepté en todo momento lo que me proponía, a excepción de la penetración. Tuvimos muchas experiencias excitantes, aunque no llegaron a pillarnos. Simplemente la sensación de que me pudieran ver me daba una mayor excitación, pero al encontrarme cerca de mi barrio existía ese temor y por eso no decidí ir a más. No hacía nada en ningún lugar con riesgo, sólo en descampados, parques o callejones completamente a oscuras.
Una de las veces, me pidió que llevase a una amiga. Así lo hice. Y pasaron cosas… Eso lo cuento en la parte final de Humillada por un depravado.