Había tenido varios encuentros con mi amigo de 43 años, pero aun así me fue sorprendiendo hasta hacerme descubrir cosas que jamás consideré, pero sin embargo están ahí, como una fantasía oculta. Lo que nunca pensé que me pudiera gustar.
Después de quedar con el hombre de 57 años, decidí no volver a quedar con un extraño tan maduro. Sin embargo, había otro maduro de 43 años con el que ya había quedado y me había gustado. Yo, con 18 años, debía elegir aún el prototipo de chico con el que me gustaría quedar. Por un lado los jóvenes me podrían gustar más, pero era más difícil que yo les gustara a ellos y siempre querían llegar más lejos de lo que deseaba. Por otro lado un maduro estaría encantado de quedar conmigo y se conformaría con poco que hiciéramos, pero puede que no me gustase. Decidí que la edad máxima para quedar debía ser 45 años y siempre viéndolo antes por foto.
Durante un tiempo sólo quedé con el hombre de 43 años. Me recogía en coche e íbamos a su casa. Al principio nos metíamos mano y se la chupaba, pero poco a poco fui soltándome. Primero me hacía cunnilingus, antes o después de mi mamada. Por supuesto, hicimos también el 69. Su juguetona lengua recorría cada centímetro de mi cuerpo. Hasta llegó al culo donde tuve una extraña sensación. Pensé que la penetración anal no me iba a gustar nada, ni siquiera había pensado en tenerla, pero me equivocaba. Al notar su lengua recorriendo mi rajita, el escalofrío de la excitación recorrió mi cuerpo. Era diferente a cuando lamía mi vagina. Desde luego gozaba mucho cuando se centraba en mi clítoris, tal vez más, pero esa morbosa sensación me hacía plantearme nuevas incógnitas. ¿Me gustaría la penetración anal? ¿Qué más cosas oscuras podrían darme placer?
Quedábamos una vez a la semana. Llevábamos ya unos 6 o 7 encuentros cuando se encontraba con su lengua hurgando en mis agujeros. Entonces me propuso una cosa. Me dijo que probara su culo. Desde luego, el primer impulso fue decir que no. Simplemente relacionaba esa zona con otra actividad mucho menos gratificante. Sin embargo, mientras le chupaba la polla, mis ojos se desviaban hacia más abajo, especialmente haciendo el 69. Y entonces ocurrió lo que jamás pensé que ocurriría. Pasé a chuparle los huevos y un aroma desagradable me llamó. Parecía mentira. ¿Cómo un olor así podía provocar atracción? Me olvidé del asunto y continúe chupando la polla.
Durante días posteriores le di vueltas al asunto. Me resistí durante varios encuentros más, hasta que al final caí. Otra de las veces que practicábamos el 69, cogí aire y acerqué mi boca a su culo. Lamí toda la raja sintiendo cosas diferentes. No es que me gustara el acto en sí, me excitaba pensar lo que estaba haciendo y además, al tratarse de una zona dedicada a otro propósito, pensaba que me iba a desagradar el sabor, pero no fue así. Su ano no tenía un sabor desagradable, sabía como si chupara una lengua… Algo parecido. Y lamí y lamí, muerta de excitación. Al terminar me acomodé en la cama y me abrí de piernas. Estaba en tal punto, que deseaba que me penetrara. El hombre sonrió.
Una vez se colocó el condón, me la intentó meter. La punta de su pene rozaba la entrada de mi coño, yo gemí y apreté los dientes. Me la metió delicadamente. Como llevaba tiempo sin follar, a pesar de no ser virgen, me hacia daño. Pero fue un buen amante y, ayudado del pequeño tamaño de su verga, consiguió introducirla sin dolor. Entonces empezó a follarme mientras me besaba el cuello. Eso aún me hizo ponerme más. El cuello es uno de mis puntos débiles. Pero, por alguna extraña razón, no conseguía notar la vagina entera. Me gustaba lo que me hacía, desde luego que sí, pero no podía llegar al orgasmo sola. Total, me tocó hacerme unos dedos para acompañar al polvo. Entonces sí disfruté. No miento si digo que hasta ese día fue la mejor experiencia que había tenido. Sin embargo, todavía no me sentí llena, me faltaba algo. Ese algo era, seguramente, hacerlo bien con uno que la tuviera grande.
Los últimos momentos fueron geniales. Sentí como aceleraba el ritmo. Aproveché, ya que controlaba el placer con mis dedos, para acelerar yo también. Me corrí un poco antes y fue un orgasmo muy intenso. Él tardó sólo unos segundos más, y en cuanto acabó, se dejó caer sobre mí, como muerto. Pero no, era que lo había dejado totalmente agotado… y satisfecho.
Así es como descubrí lo que nunca pensé que me pudiera gustar. A partir de entonces nuestros encuentros fueron más placenteros y llegamos a tener una complicidad total. Pero eso ya lo contaré en otro post. La siguiente experiencia que os cuento es la de mi primera vez en un club liberal.