Me encontraba abrazada por mi amiga, con Andrés metiéndole mano y tratando de desnudarla cachondo perdido. Yo tenía las tetas fueras y un calentón que apenas podía controlar. Mientras me daba algunos besos más con Ester, el chico le bajó los pantalones, le apartó el tanga y se sacó su polla. Quería follar.
Hundí mi cara en el cuello de mi amiga. Estaba excitada, pero a la vez no me podía creer lo que estábamos haciendo y me entró vergüenza. Sin embargo ella levantó un poco el culo para que Andrés pudiera penetrarla. Pero sólo le rozó el culo con su polla, porque tenía una posición incómoda para meterla bien. Entonces alargó su mano y me manoseó un pecho. Sentí que otra vez el morbo le ganaba a la vergüenza. Saqué mi cara del cuello de mi amiga y lo miré, sonriendo. Quería disfrutar de ese momento. Quería que los tres gozáramos. Me estiré para darle un morreo a él también. Me encantaron sus besos húmedos, llenos de pasión y deseo. Me absorbía los labios dulcemente, mientras sus manos recorrían mi cuerpo y eso era suficiente para volver a experimentar esa sensación que tuve con Hugo.
Ester se sentó encima de Andrés. Lo hizo lentamente, hasta que consiguió hundir la polla en su vagina. Le cogí de una mano y sentí como le temblaba todo el cuerpo de excitación. Después, también poco a poco, empezó a moverse de arriba hacia abajo, mientras el chico le besaba y le metía mano con movimientos suaves. A través de su mano sentí como le provocaba placer cada envestida. Ester gritaba de gusto y yo era su cómplice. Cada suspiro le acercaba al éxtasis. Cada embestida era le acercaba al clímax. Cada gemido desgarraba el placer. Y yo estaba unida a ella apretándole la mano, pero lo sentimos como una sola. Éramos amantes en silencio. Y el chico me miraba y se calentaba más. Veía la conexión que teníamos entre las dos y le gustaba. ¿Cómo no iba a gustarle? Estaba con dos jovencitas que experimentaban su sexualidad juntas. Era el deseo de cualquier chico. Finalmente se corrió dentro de ella, también gimiendo de placer.
Pero el calentón se pasó y volvimos a la realidad: “¿Te has corrido dentro?” le preguntó Ester. “Sí, ¿qué pasa?” le respondió Andrés. “¿Y no te has puesto condón?” preguntó mi amiga alarmada. “¡No! No me has dicho nada.” “Mierda, estoy en el periodo de descanso” Ambos empezaron a ponerse nerviosos. “Te tendrás que tomar la pastilla del día después” traté de ayudar. “Pero aquí en el pueblo nos conocen en todas las farmacias” respondió mi amiga. “Bueno, yo la compraré en Almería y bajaré mañana por la tarde a dártela”. Lanzó un suspiro de alivio y dijo “vale”. Menos mal que el chico es muy buena gente. Y así quedamos.
Al día siguiente Andrés bajó con la pastilla. Estuvimos un rato hablando, pero con el susto que habíamos tenido no nos entró ganas de hacer nada y sólo hablamos. Y ya no volvimos a verlo más. Nosotras no lo llamamos. Nos habíamos comportado de una forma que no era normal en nosotras. Y él entendido que había sido sólo un rollete de una noche.
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