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Amigas especiales

Amigas especiales

Pasaron lentamente los pesados días de entre semana. Estaba deseando que llegara el fin de semana porque había quedado con mi amiga Ester y un chico del chat. Pero entonces llegó el tan ansiado viernes y justo ese día mis padres me castigaron…

Resulta que los rumores de que me dejaba meter mano entre los chicos llegaron a oídos de mis padres y se enfadaron mucho. Les dije que no era verdad, que se lo había inventado el chico con el que había estado, pero me respondieron que todavía era muy joven para estar con chicos y que mejor me quedaba en casa tranquila. Me sentí a morir. Lloré, pataleé y me estiré de los pelos. Tenía que salir. Había quedado con mi amiga y con un chico del chat para poder olvidarme de Hugo, pero parecía que su sombra se extendería por mi vida.

Llamé resignada a Ester y le conté lo sucedido. Me dijo que no me preocupara, que iba a venir a visitarme y tratar de solucionarlo. Llegó por la tarde. Mi madre le dijo que estaba castigada y no podía recibir visitas. Pero Ester no se detuvo y le dijo que lo estaba pasando fatal con un chico y ella quería animarme. Mi madre siguió negándole, pero no sé como lo hizo, porque después de quince minutos ya me estaba tocando a la puerta del cuarto. “¿Qué has hecho, tía?” y ella me miró sonriendo “Le he convencido que se metían contigo porque el chico era un mentiroso, pero tú no habías hecho nada.” Genial. “¿Y se lo ha tragado?” asintió. Joer, que potra. “Entonces puedo salir” le pregunté ilusionada. “Eso tendrás que hablarlo con ella, pero creo que no pondrá pegas”. “Eres genial” le dije abrazándola. Ester me devolvió el abrazo “tú más” y me apretó contra su pecho.

Amigas especiales

Al cabo de un rato salí al salón para buscar a mi madre. Ella estaba viendo la tele con mi padre, que los viernes por la tarde no trabaja. “¿Puedo salir, mami?” se lo pregunté a ella porque normalmente es la que decide si se levantan los castigos. “¿A dónde vais?” nos preguntó. “Al paseo un rato. Hemos quedado con Rebeca y Alicia” se adelantó Ester. “De acuerdo, pero a las 10 te quiero aquí.” sentenció. ¡Genial! Fui corriendo a darle un beso y un “gracias” , y nos fuimos a la calle.

Una vez caminábamos por la calle libres Ester me comentó que no había quedado con las demás. “¿Y eso?” le pregunté. “Hemos quedado con Andrés a las 6”, Pero aun faltaban 2 horas. “¿Y qué hacemos mientras?” le susurré coqueta. “Vamos al paseo a esperarlo. Hemos quedado en el puerto.” Y así lo hicimos. Fuimos al paseo y nos sentamos en un banco de cara al mar. Ya habíamos entrado en invierno y no hacía tiempo de bañarse, pero mirar las olas romper contra la costa siempre era algo que nos gustaba al grupo de amigas. Además el dulce olor a sal nos envolvía, con la magia de la noche que estaba a punto de empezar. El ocaso encantaba la tarde.

Amigas especiales

“Eres genial tía. No sé qué haría sin ti” le volví a susurrar. “Tú te lo mereces. No era justo que te castigaran por el capullo de Hugo”. Hablando de Hugo, ¿qué pasaría con él?. Le confesé mis dudas. “Es posible que tus padres vayan al instituto el lunes para hablar con sus padres” me dijo, casi riendo. “¡Qué vergüenza!” me encogí de hombros. “Que se joda, por cabrón” me dijo con todas las letras bien sonoras. “¿Y si descubren que es verdad?” me alarmé. “No porque lo que ha pasado entre Hugo y tú es cosa vuestra. Él puede haberlo contado a sus amigos, pero se quedará todo en fantasmadas.” Me tranquilicé y solté un soplido de alivio “Ojalá sea así”. Entonces me acarició la nuca y me abrazó, dulcemente. “Tranquila: todo saldrá bien” y me dio un beso en la mejilla. Su mano me dibujó el rostro. Yo sentí un cosquilleo. Los pelos se me herizaron. “Antes éramos amigas pero ahora los somos aun más” reflexioné. “Sí cielo, las mejores amigas”. Sus labios me acariciaron la mejilla, hasta llegar a la comisura de los labios.

En ese momento miré a un lado y a otro. No quería que nadie nos viera. Al fondo paseaba una pareja de enamorados y disimulé. “¿Eres bollera?” le pregunté. Ester me miró pensativa. “¿Por qué hay que catalogarlo todo?” Tenía razón. ¿Qué más da lo que seamos, si estamos a gusto juntas? “Pero no quiero tener novia, no lo soportaría. Ya has visto la reacción de mis padres cuando se han enterado de que he estado con un chico. ¡Imagínate si descubren que estoy con una chica!” Ester me miró y me sonrió. “No tenemos que ser novias, sólo lo que somos: las mejores amigas.” Eso estaría mejor. “Amigas especiales” suena bien. “Sí: amigas especiales” y me dio un pico en los labios. Yo no le correspondí en ese momento, pero le dije “en privado mejor”. Ester me cogió de la mano con mucho cariño, “vale, pero nadie nos va a ver aquí”. Entonces le devolví el beso y susurré: “gracias por todo lo que has hecho por mí”

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