
Tenía muchas ganas y la oportunidad se me presentó ante mí. Vi un anuncio y decidí lanzarme. Así que experimenté lo que tanto tiempo llevaba deseando. Fue algo raro, una cita a ciegas extraña, pero acabó gustándome mucho.
Una vez ya había decidido que deseaba quedar con un hombre maduro para cumplir mis fantasías, sólo tenía que elegir la forma de contactar. El chat seguía siendo la red de comunicación principal que utilizaba para conocer gente. Hablaba con chicos, los agregaba al Messenger y escogía el que más me gustaba. El caso fue que cuando veía las fotos se esfumaban las ganas de quedar. Sabía que lo que tenía que atraerme era su forma de actuar, pero era imposible saber si el viejo salido que me quería enseñar la polla por la cam, sabría seducirme. Finalmente encontré la solución. En un canal local, antes de instalarse el TDT, vi un anuncio que ponía «maduro busca jovencita para pasar un buen rato» y el teléfono. Me armé de valor y le hice una perdida con mi móvil. A los pocos segundos me estaba llamando. Descolgué y, como era de esperar, los nervios volvieron a apoderarse de mí. Me contó que era un hombre casado, de 45 años, con dos hijos. Dijo que era responsable con su familia, pero que le gustaba de vez en cuando perderse y pasar un buen rato. Que así no hacía daño a nadie y él necesitaba tener esas aventuras. Poco a poco fui cogiendo confianza hasta que acabamos hablando de sexo. Me transmitió tal confianza que le confesé la fantasía que tenía del sexo oral. Desde luego también quería llegar hasta el final en la penetración, pero para eso prefería que fuera con un chico con el que tuviera más relación. Sabíamos que iba a ser cosa de una sola vez y decidí quedar. Era la única manera donde creía que podría saciar mi curiosidad.
Quedamos en las afueras de la ciudad, como siempre que quedaba con un extraño. Era una cita a ciegas, y nunca mejor dicho, porque no sabía ni cómo era físicamente. Me vino a recoger en un lujoso coche rojo. Venía bien perfumado y su ropa era muy elegante. Eso me disgustó un poco, porque realmente me excitaba pensar que fuera un hombre maduro, desaliñado y salido. Éste en cambio era todo lo contrario. Durante todo el viaje hacia un descampado discreto, no hablamos una sola palabra. Por su parte intentó tratar algún tema de conversación, pero al ver mi nerviosismo también se calló. Hasta ahí todo normal. Estaba decidida a hacerlo aunque no fuera la situación esperada. Y entonces, pasó algo que me hizo motivarme. El lugar escogido para nuestro momento de intimidad iba a ser una casa abandonada situada en un descampado. No había nadie por alrededor, y claro, si nos ocultábamos en las ruinas, nadie podría sorprendernos.
Volvimos a montar al coche y, otra vez sin hablar, regresamos. Me acercó donde me había recogido. Sin ni siquiera despedirnos, me dejó y se marchó. Una vez me quedé sola, lo primero que hice fue borrar su número, decidida a no volver a quedar con él. No hizo falta decirle que no, porque no volvió a llamarme y nada más supe de él. Me quedé satisfecha por haber logrado lo que quería, pero un poco contrariada al no haber sentido las cosas que pensaba que iba a sentir, aunque haya sido en una cita a ciegas con un maduro del chat local.
La verdad es que salió todo mal, pero a pesar de todo decidí volver a estar entregada a un hombre maduro.
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Siempre he sentido pasión por el erotismo. Pero no de una forma vulgar, sino desde la sensualidad y el deseo del buen arte. Y por eso hablo de todo ello en mis artículos. También cuento mis experiencias sexuales en Secretos íntimos.